El eco de Anfield aún no se disipa en el norte de Londres. Una derrota solitaria ante el Liverpool, y de repente, el Arsenal de Mikel Arteta, aquel que aspiraba a la grandeza, se ve envuelto en un torbellino de cuestionamientos. ¿Era su estilo demasiado prudente? ¿Faltaba audacia? El debate, como un buen vino añejo, comenzaba a fermentar en los pubs y redes sociales, con el técnico español en el centro de la controversia.
La Paradoja del “Mediocampista Defensivo”
Curiosa es la memoria selectiva del fútbol, donde una derrota puede reescribir la historia reciente con la misma facilidad con la que se cambia una táctica de último minuto. La narrativa dominante, tras el tropiezo en el feudo de los Reds, hablaba de un Arsenal “demasiado conservador”, de un trivote “defensivo” que había entregado la iniciativa. Arteta, que a menudo parece tener un radar interno para captar el zumbido de la crítica sin necesidad de “leerla”, no tardó en contestar.
Y lo hizo con una pizca de ironía y un nombre propio: Mikel Merino. El mismo Merino que, según algunos, encarnaba esa mentalidad defensiva en Anfield, había deslumbrado recientemente con un hat-trick para la selección española, jugando en una posición mucho más ofensiva. “Se habló de cómo jugamos con tres mediocampistas, ‘mediocampistas defensivos’, creo que fue la narrativa,” comentó Arteta, para luego lanzar el dardo: “Mikel [Merino] tiene que jugar como mediocampista ofensivo. No sé cuándo fue la última vez que un mediocampista ofensivo marcó tres goles. Es muy interesante aprender lo que es la percepción, especialmente cuando pierdes un partido de fútbol.” Una observación mordaz que deja entrever cómo el análisis post-partido a menudo es más emocional que puramente táctico.
Entre la Percepción y la Realidad de un Equipo
La defensa de Arteta no se limitaba a una observación ingeniosa. El estratega español, con la calma que solo la convicción puede dar, recordó el Arsenal de antaño, ese que, con sus piezas clave intactas –Bukayo Saka, Martin Ødegaard, Kai Havertz y Gabriel Jesus, entre otros–, era una máquina ofensiva. Un equipo que pulverizó récords de goles en la Premier League, alcanzando la cifra de 91 tantos, y que generaba un promedio de dos goles esperados (xG) por partido. Negar su capacidad ofensiva sería ignorar una temporada de brillantez.
Es cierto que la producción ofensiva del Arsenal disminuyó la temporada pasada, pero atribuirlo a un estilo “conservador” sin considerar las lesiones de jugadores de talla mundial sería una simplificación peligrosa. ¿Un equipo “feliz de no perder”? Quienes los vieron sudar cada gota de esfuerzo en partidos clave, como los enfrentamientos contra Liverpool y Manchester City donde, incluso en la derrota, mostraron una tenacidad indomable, sabrían que la verdad distaba mucho de esa etiqueta. La imagen de diez hombres luchando hasta el último segundo en el Etihad para aferrarse a una ventaja de 2-1 no es precisamente la de un equipo que se conforma con las migajas.
La Carga del Liderazgo y el Anhelo de Más
Gestionar un club de la talla del Arsenal es navegar en un océano de expectativas y opiniones, donde cada victoria es efímera y cada derrota, un microscopio. Arteta, como otros grandes técnicos, ha aprendido a procesar el debate sin necesariamente participar en él, celebrando la excelencia de David Raya en la víspera de su centésimo partido con los Gunners, pero recordando con una sonrisa amarga: “Fui linchado cuando lo fiché”. Es la paradoja del liderazgo: cada decisión, cada resultado, es una piedra lanzada al estanque de la crítica, y el estratega debe ser el faro que mantenga el rumbo.
La derrota contra el Liverpool fue un golpe, sí, pero también un catalizador. “Queremos más”, sentenció Arteta, reflejando el sentir de un vestuario que anhela la revancha, que ve margen de mejora incluso en un equipo que ya compite al más alto nivel. La rabia, la frustración por un resultado adverso, son energías que, bien canalizadas, pueden ser el motor de la redención. El manager no solo desea una victoria, sino que busca una demostración, una declaración de intenciones que silencie los murmullos y reafirme la identidad de su equipo.
Y así, con el rugido de la crítica aún fresco en sus oídos y la chispa de la ambición encendida en sus pupilas, el Arsenal se prepara para recibir al Nottingham Forest. Si las palabras de Arteta reflejan el sentir de sus jugadores, lo que veremos en el Emirates Stadium el sábado será mucho más que un partido de fútbol: será una declaración. Una respuesta contundente a la pregunta de si este Arsenal es conservador o, por el contrario, un lobo hambriento disfrazado de estratega paciente, listo para morder cuando menos se lo espera. La cancha, como siempre, tendrá la última palabra, y Arteta, con una mezcla de convicción y una sutil dosis de ironía, espera que esa palabra sea “victoria”.