El Espanyol se prepara para afrontar el derbi frente al FC Barcelona, un partido de alta tensión que se jugará este próximo jueves. El encuentro llega en un momento especialmente sensible para el club blanquiazul, no solo por la situación deportiva, con la permanencia en juego y la presión aumentando cada jornada, sino también por las implicaciones institucionales y emocionales. Se vislumbran dos posibles escenarios incómodos que podrían, una vez más, poner a prueba la compleja relación con su eterno rival y con su propia afición.
La primera incógnita se resolverá antes del partido: todo depende del resultado del Real Madrid contra el Mallorca. Si el equipo blanco no gana el miércoles por la noche, el FC Barcelona se proclamará campeón de Liga antes de visitar Cornellà-El Prat. En ese caso, la atención se centrará en el Espanyol y en la controvertida cuestión del pasillo de campeón. Aunque formalmente podría considerarse un simple gesto de deportividad, en el RCDE Stadium esta acción adquiere una dimensión mucho más profunda y cargada de simbolismo.
Más allá de la decisión final que tome el club respecto al pasillo, lo que es seguro es que el ambiente en las gradas será extremadamente tenso. La afición del Espanyol, que aún no olvida episodios pasados y que a menudo percibe un trato mediático condescendiente hacia el Barça, probablemente reaccionará con desagrado ante cualquier gesto que pueda interpretarse como una muestra de sumisión simbólica. Si se opta por realizar el pasillo, es muy probable que la respuesta desde la grada sea una sonora y contundente protesta.
Pero la verdadera preocupación no es el pasillo en sí, sino lo que pueda ocurrir después del partido. La última visita del Barcelona al RCDE Stadium, cuando ya eran virtuales campeones, sigue siendo un recuerdo doloroso en la memoria reciente del espanyolismo. En mayo de 2023, tras un partido que dejó al Espanyol al borde del descenso, los jugadores azulgranas celebraron el título de Liga sobre el césped con una `rotllana` (un círculo) que encendió los ánimos de la afición. Aquella celebración no solo fue inoportuna en un contexto de gran sufrimiento para el rival, sino que representó una ruptura flagrante de los acuerdos previos de seguridad entre ambos clubes y de las instrucciones explícitas recibidas de los Mossos d’Esquadra.
Como se detalló en su momento, la policía catalana había solicitado de manera expresa al Barça que, en caso de confirmar el campeonato, evitaran cualquier tipo de celebración sobre el terreno de juego. Esta petición fue formalmente aceptada por el club azulgrana en diversas reuniones previas al encuentro, incluso el mismo día del partido. El protocolo de seguridad se había ajustado precisamente para garantizar una salida ordenada y sin incidentes. Sin embargo, todo se desmoronó cuando, tras el pitido final, los jugadores del Barça incumplieron lo pactado y procedieron a celebrar el título en el césped. El resultado fue una invasión de campo que derivó en sanciones económicas y deportivas, apercibimientos y procedimientos judiciales cuyas consecuencias aún persisten.
Lo más alarmante de aquel episodio fue la sensación de indefensión que quedó en el entorno del Espanyol. El club cumplió con su parte, confiando en la palabra del rival, pero cuando esta confianza se rompió, ni la seguridad del estadio ni las fuerzas policiales actuaron con la rapidez y contundencia que la situación requería. Por ejemplo, no se activaron medidas disuasorias como el riego de aspersores, una estrategia que el propio Barça había utilizado años atrás, notablemente contra el Inter de Mourinho, precisamente para impedir celebraciones que se percibían como provocadoras.
Aquel error de cálculo dejó una lección muy clara: en partidos de esta naturaleza, la prevención no puede limitarse a acuerdos sobre papel. Si una situación similar vuelve a producirse este jueves, con el club bajo amenaza de cierre parcial o total del estadio y con una afición sometida a una presión creciente, la responsabilidad de los incidentes no podrá achacarse únicamente a la reacción emocional de quienes están en la grada.
En este contexto, tanto el Espanyol como los Mossos d’Esquadra tienen la obligación de actuar con una firmeza mucho mayor y con una clara anticipación a los posibles problemas. La pasividad de 2023 no debe repetirse bajo ningún concepto. Las potenciales consecuencias, tanto a nivel institucional como deportivo, son graves, especialmente si el último partido de Liga, que podría ser decisivo para la permanencia y se juega contra la UD Las Palmas, tuviera que disputarse a puerta cerrada. Se reforzará la seguridad en zonas específicas del campo y habrá un dispositivo policial especial, pero además es fundamental anticiparse a los acontecimientos y exigir al FC Barcelona el cumplimiento estricto de cualquier medida de seguridad que se acuerde. El Espanyol no puede permitirse confiar a ciegas de nuevo. Si la historia se repite esta vez, las excusas no tendrán validez.