El fútbol, ese deporte de pasiones desbordadas y dramas inesperados, nos regala a menudo historias que trascienden el césped. La última, y no por ello menos intrigante, nos la ofrecen Adrien Rabiot y Jonathan Rowe, dos nombres que, hasta hace poco, compartían vestuario en el Olympique de Marsella. Hoy, sus caminos se cruzan de nuevo, pero bajo una bandera diferente y con el eco de un altercado que, si bien fue calificado de “extremadamente violento”, parece haberse disipado con una rapidez asombrosa, casi poética.
Adrien Rabiot, el talentoso centrocampista francés, ha aterrizado en Milán para enfundarse la prestigiosa camiseta del AC Milan. Su presentación, formal y pulcra en el cuartel general de Milanello, contrastaba marcadamente con el turbulento final de su etapa en Marsella. Fue allí donde, tras una dolorosa derrota en la jornada inaugural de la Ligue 1 contra el Rennes —un partido donde el OM concedió un gol en el minuto 90 ante un equipo con diez hombres—, el vestuario estalló. Y en el centro de esa explosión, Rabiot y el extremo inglés Jonathan Rowe.
La escena, según la describió el presidente del Marsella, Pablo Longoria, fue “extremadamente violenta”. Un puñetazo aquí, un empujón allá, el tipo de incidente que suele dejar cicatrices, no solo físicas sino también en el ambiente de un club. La consecuencia fue inmediata y contundente para ambos protagonistas: Rabiot fue puesto en la lista de transferibles y Rowe, el joven talento inglés sub-21, también fue invitado a buscar un nuevo destino. Sus maletas les llevaron a Italia. Rabiot al AC Milan, y Rowe, curiosamente, al Bologna, el rival del Milan este mismo domingo en la Serie A. ¡Qué caprichoso es el destino! A veces, el fútbol escribe guiones que ni el más imaginativo de los dramaturgos podría concebir.
Ahora, con la tinta de sus nuevos contratos aún fresca, la inevitable pregunta flota en el aire: ¿Cómo será este reencuentro? Rabiot, con la serenidad de quien ha pasado página (o quizás con la astucia de un veterano de mil batallas), ha abordado el tema con una calma pasmosa durante su presentación. “No hay nada especial con Jonathan”, declaró a la prensa, quizás con una ligera sonrisa en el rostro, quizás un guiño al peculiar código de honor del vestuario. “Hablamos cuando él firmó por el Bologna y yo por el Milan. Nos enviamos mensajes para desearnos lo mejor.”
Un “buen tipo”, así es como Rabiot se refiere a Jonathan Rowe. “Lo que pasó en el OM es un incidente de vestuario que puede ocurrir en cualquier sitio. Pero no ha cambiado la relación que tengo con él.” Es fascinante, ¿no? Esa capacidad casi camaleónica de los deportistas de élite para compartimentalizar, para transformar un enfrentamiento que la directiva califica de “violento” en un simple “incidente de vestuario” que “puede ocurrir en cualquier sitio”. Es la amnesia selectiva del fútbol, una cualidad tan útil como una buena finta en el campo, o la habilidad para olvidar un gol en propia meta antes del siguiente partido. El show debe continuar, y con él, la narrativa del “buen rollo” entre profesionales.
Así, la narrativa cambia drásticamente. De una pugna interna que desmanteló carreras en un club, pasamos a una potencial reconciliación —o al menos una convivencia civilizada— en el campo de batalla italiano. El balón volverá a rodar, y la tensión, la verdadera tensión, estará en el resultado del partido, no en el recuerdo de un empujón lejano. Los roces del pasado quedan precisamente eso: en el pasado. O eso se espera, en un deporte donde la memoria a veces es tan corta como la duración de un contrato de un jugador problemático.
El enfrentamiento entre Milan y Bologna no solo será un choque de estrategias y talentos, sino también un sutil recordatorio de cómo el mundo del fútbol procesa sus propias heridas. Adrien Rabiot, con su elegancia en el mediocampo, y Jonathan Rowe, con su velocidad en la banda, se verán las caras de nuevo. Quizás se estrechen la mano con una sonrisa, quizás solo crucen miradas de respeto profesional antes de competir ferozmente por cada balón. Lo cierto es que, para los observadores, este domingo será más que un partido; será el segundo acto de un drama personal que, para sorpresa de muchos, parece haber encontrado una curiosa y muy futbolística resolución. Una resolución que, sin duda, añade un toque de intriga extra al ya emocionante calendario de la Serie A.