En el vibrante pero, a veces, impredecible universo del fútbol español, pocas voces resuenan con tanta autenticidad y vehemencia como la de Joaquín Caparrós. Conocido por su carácter directo y su arraigada pasión por el juego, el técnico del Sevilla, tras un encuentro descafeinado en la jornada 37 contra el Real Madrid, encendió la mecha de una polémica que, aunque recurrente, siempre encuentra nuevas formas de manifestarse: la relación entre los árbitros, el VAR y el espíritu del deporte.
El Telón de Fondo: Un Partido sin Apuestas Elevadas
Imaginemos la escena: jornada 37 de LaLiga, un Sevilla que ya había asegurado su posición y un Real Madrid con sus objetivos prácticamente cumplidos. El ambiente en el Sánchez Pizjuán debería haber sido de celebración o, al menos, de un fútbol relajado y sin la presión asfixiante de los puntos en juego. Sin embargo, lo que prometía ser una tarde tranquila se transformó en un campo de batalla arbitral, según la vehemente interpretación de Caparrós.
Las decisiones que cambiaron el rumbo del partido llegaron temprano. Primero, una tarjeta roja para Badé en el minuto 11. Luego, otra para Isaac Romero en el 48. Dos expulsiones que, para el técnico hispalense, no solo fueron rigurosas, sino que además, a su juicio, «se cargaron el partido». La ironía no pasó desapercibida: un encuentro con poco en juego se vio alterado por intervenciones que, en un contexto diferente, quizás se hubieran gestionado de otra manera.
La `Rajada` del Entrenador: El VAR, ¿Amigo o Enemigo?
La rueda de prensa post-partido fue el escenario donde Caparrós, lejos de morderse la lengua, articuló su profunda frustración. No era una crítica improvisada; era la validación de una postura que ha mantenido desde la implementación de la tecnología:
«Yo dije que estaba en contra del VAR, y me pusieron que no veas, que si estaba anticuado… Y me están dando la razón.»
Estas palabras no son solo un lamento personal; encapsulan el sentir de muchos puristas del fútbol que ven cómo la intervención tecnológica, diseñada para impartir justicia, a menudo se convierte en un factor disruptor del ritmo y la emoción del juego. Para Caparrós, el VAR, que llegó con la promesa de hacer el fútbol «mejor», ha producido «todo el efecto contrario». Una afirmación contundente que invita a la reflexión sobre si la precisión absoluta es compatible con la esencia dinámica y pasional del balompié.
El Llamamiento a la Preparación Arbitral
Pero la crítica de Caparrós no se detuvo en el VAR. El foco se desplazó hacia el colegiado en el campo, Busquets Ferrer, y a la necesidad de que los árbitros, al igual que los entrenadores, entiendan el «contexto» de cada partido. «Un árbitro tiene que ver el contexto del partido que va a pitar», recriminó el técnico, haciendo hincapié en la falta de trascendencia del encuentro y en jugadas que considera de «un gris», donde debería primar la interpretación y el sentido común por encima de la aplicación literal del reglamento.
Es un argumento poderoso: si los entrenadores dedican incontables horas a analizar al rival, las dinámicas del juego y el estado anímico de sus jugadores, ¿no deberían los árbitros, con el respaldo de «muchísimos millones» invertidos en tecnología, prepararse de la misma manera? Esta no es una llamada a la condescendencia, sino a una comprensión más profunda de la psicología del juego y de cómo sus decisiones pueden amplificar o diluir el espectáculo.
Más Allá de la Polémica: El Debate Perpetuo
La intervención de Caparrós, aunque surgida de la frustración de un partido puntual, reaviva un debate mucho más amplio y complejo. ¿Cómo equilibrar la búsqueda de la justicia perfecta con la fluidez y la emoción del fútbol? ¿Es la infalibilidad tecnológica una quimera que paradójicamente resta humanidad al deporte?
Mientras Kylian Mbappé seguía sumando goles en un partido que, a pesar de las expulsiones, el Real Madrid acabó ganando, el verdadero marcador estaba en la cancha de la opinión pública. La `rajada` de Caparrós no es solo una queja; es un grito de guerra, la voz de la experiencia que se niega a aceptar que la tecnología, por muy avanzada que sea, deba anular la sabiduría y el criterio humano. Y en un deporte donde las emociones son el principal combustible, la eterna discusión sobre el VAR y los árbitros parece destinada a ser tan parte del juego como el propio balón.