El mundo del fútbol, a menudo presentado como un refugio de la política, se encuentra una vez más en la encrucijada. La UEFA, el máximo organismo del fútbol europeo, se enfrenta a una decisión de gran calado: ¿suspender o no a Israel de sus competiciones? Una determinación que, de concretarse, no solo resonaría en los despachos, sino que tendría un impacto directo y palpable en el césped, afectando a selecciones nacionales como la de Italia en su carrera hacia el Mundial de 2026.
La espada de Damocles de la UEFA: presiones y precedentes
La cuestión no es baladí ni surge de la nada. Informes recientes apuntan a que la UEFA podría tomar una decisión crucial la próxima semana. ¿El motivo? Un panel de asesores de la ONU ha instado a la UEFA y a la FIFA a imponer una suspensión, citando un informe que concluye que Israel ha cometido genocidio en Gaza. Una acusación de peso que, inevitablemente, trasciende lo deportivo.
No es la primera vez que la UEFA se ve en esta tesitura. El precedente más cercano y sonoro es la suspensión de Rusia de todas las competiciones europeas tras la invasión de Ucrania en 2022. Aquella decisión sentó un precedente claro: el fútbol, a veces, debe alinearse con la política internacional. Ahora, la pregunta es si este mismo estándar se aplicará a Israel. La mayoría del comité ejecutivo de la UEFA, incluyendo al presidente de la FIGC, Gabriele Gravina, se inclinaría a favor de la suspensión. Parece que, en el fútbol moderno, los balones no solo ruedan en el campo, sino también en los delicados terrenos de la geopolítica, a veces con más peso del que quisiéramos admitir.
Italia en la mira: el impacto directo en las eliminatorias
Para la selección italiana, la «Azzurra», esta potencial suspensión no es una mera nota a pie de página. Israel es, ni más ni menos, que uno de sus rivales directos en el Grupo I de las eliminatorias para el Mundial de 2026. Imaginen el escenario: la tabla de clasificación, un mapa cuidadosamente trazado de esperanzas y decepciones, podría borrarse y reescribirse en cuestión de días.
Así está el Grupo I actualmente:
- Noruega: 15 puntos (5 partidos)
- Italia: 9 puntos (4 partidos)
- Israel: 9 puntos (5 partidos)
Recordemos el reciente enfrentamiento entre Italia e Israel: un vibrante 5-4 a favor de los Azzurri, un partido que hizo las delicias de los aficionados, pero que, en un giro kafkiano, podría no haber existido nunca a efectos clasificatorios. Si la UEFA decide suspender a Israel, el reglamento es claro y, para algunos, brutalmente efectivo.
Consecuencias directas para la clasificación:
- El Grupo I se reduciría de cinco a cuatro equipos.
- Todos los resultados obtenidos contra Israel serían anulados.
- Para Italia, esto significaría perder los tres puntos de su victoria por 5-4, reduciendo su total de 9 a 6 puntos. Su diferencia de goles también se vería afectada negativamente.
- Noruega, que también venció a Israel (4-2 al inicio de la campaña), vería su puntuación bajar de 15 a 12 puntos y su diferencia de goles ajustada.
Este escenario plantea una situación de «lo que pudo ser». Equipos que quizás sudaron la gota gorda para arrancar puntos a otros rivales, verían cómo sus cálculos y estrategias se desvanecen. La justicia deportiva, en estas circunstancias, a menudo se convierte en una cuestión de interpretación de reglas, más que de mérito en el campo. Un gol es un gol, pero un partido anulado es un espejismo en la tabla. El equipo que termine primero seguiría clasificando directamente para el Mundial de 2026, y el segundo obtendría un puesto en los play-offs, pero el camino para llegar hasta ahí cambiaría drásticamente.
Más allá de los puntos: el mensaje de la UEFA
La decisión de la UEFA trasciende la mera aritmética de puntos. Es un mensaje. Un pronunciamiento sobre el papel del fútbol en un mundo cada vez más interconectado y politizado. Mantener la neutralidad absoluta se ha vuelto una quimera para cualquier organismo deportivo global. La presión de la opinión pública, los gobiernos y las organizaciones internacionales es inmensa. Si la suspensión se materializa, reafirmaría la postura de que ciertas acciones geopolíticas tienen consecuencias en todos los ámbitos, incluyendo el deportivo.
El fútbol, ese «juego bonito» que tanto amamos, a veces nos recuerda que es un espejo de la sociedad. Y como tal, no es inmune a sus complejidades y conflictos. La próxima semana, la UEFA no solo decidirá el destino de una federación, sino que también definirá, una vez más, hasta qué punto el deporte puede (o debe) ser un actor en la escena mundial. La cuenta regresiva ha comenzado, y el resultado, sin duda, resonará mucho más allá de los estadios.