El aroma a malta, pretzels gigantes y alegría contagiosa ha vuelto a envolver la Theresienwiese de Múnich. El Oktoberfest, el festival popular más grande del mundo, no solo convoca a millones de visitantes de todos los rincones del planeta, sino que también se convierte en un escenario inesperado para encuentros que, bajo otras circunstancias, serían impensables. Este año, entre los primeros en sumergirse en la algarabía bávara, un grupo de figuras prominentes del fútbol alemán ha protagonizado una escena peculiar: los directivos de la Bundesliga, tradicionalmente rivales acérrimos, compartiendo risas y brindis.
Un Encuentro en la Cúspide del Fútbol Alemán
Imaginen la escena: directores deportivos y gerentes, acostumbrados a las tensiones del mercado de fichajes, a las ruedas de prensa bajo presión y a la gestión de egos millonarios, de repente, enfundados en sus Lederhosen y Dirndls, alzando jarras de cerveza en un ambiente de pura celebración. No es una junta de la liga, ni una negociación secreta por un talento emergente. Es el Oktoberfest, y la misión es simple: disfrutar.
Entre los rostros más reconocibles que se dejaron ver, destacaba Max Eberl, el flamante director deportivo del FC Bayern. Para él, esta incursión temprana en el festival es casi un «partido en casa», dada la proximidad de su oficina a la Theresienwiese. Un pequeño anticipo antes de la visita oficial y colectiva del equipo bávaro, programada para más adelante. Pero Eberl no estaba solo en su búsqueda de espíritu festivo.
Junto a él, se pudo ver a Horst Heldt, gerente del 1. FC Union Berlin, compartiendo mesa y brindis. También se sumaron a la fiesta otras figuras de alto calibre: Simon Rolfes, director deportivo del Bayer Leverkusen, y Sebastian Kehl, su homólogo en el Borussia Dortmund. Cuatro hombres que, en el campo de juego, representan la competencia más feroz por la gloria en la Bundesliga, aquí, en el corazón de Baviera, eran simplemente compañeros de brindis.
Cuando la Rivalidad Cede Paso a la Camaradería
Resulta casi poético. Mientras en los estadios sus equipos se disputan cada punto con uñas y dientes, en la carpa del Oktoberfest, las tensiones se disuelven como la espuma de una buena Märzen. ¿Se habrán abordado temas deportivos entre bocado y bocado de Hendl? Es muy probable. Uno no abandona el «chip» de director deportivo tan fácilmente. Quizás se intercambiaron opiniones sobre el cierre del mercado de fichajes –un periodo que, sin duda, genera más canas que el propio Oktoberfest– o sobre los desafíos iniciales de la temporada.
Para Rolfes, por ejemplo, quien ha lidiado con un cambio temprano de entrenador en el Leverkusen, una distracción festiva podría haber sido más que bienvenida. Eberl, Kehl y Heldt, por su parte, disfrutan de un inicio de temporada más «tranquilo» (si es que en el fútbol alemán algo puede ser realmente tranquilo).
Más allá de los resultados deportivos o la posición en la tabla, este encuentro subraya una verdad innegable: incluso en el competitivo mundo del fútbol de élite, hay espacio para la camaradería y el disfrute. El Oktoberfest ofrece esa rara ventana donde los gladiadores de la gestión deportiva pueden quitarse la armadura, enfundarse el traje tradicional y recordar que, al final del día, todos forman parte de la misma gran familia del fútbol. Y, por un par de horas, la competencia puede esperar, mientras la cerveza fluye y la música bávara inunda el aire. Es una lección simple, pero poderosa: a veces, una buena jarra de cerveza y una risa compartida pueden ser el mejor antídoto contra la presión del negocio más hermoso del mundo.